jueves, 16 de octubre de 2014

A mis 29


Sucede que hace poco cumplí 29. Sucede que, según los expertos, estoy a un año de entrar en lo que será la mejor década de mi vida. Maravilloso que así sea.

Sucede, también, que la mayoría de los mensajes de felicitación llegaron en modo de códigos binarios transformados en SMS, posts en mi muro de Facebook o frases por Whatsapp. Sucede que buena parte de esos mensajes no pudieron ser llamadas porque ya no estamos en las mismas latitudes. Porque cada vez más se me está yendo mi gente.

La pasé bien. No puedo negar que la tranquilidad del día de mis nuevas primaveras me dio tiempo para pensar en muchas cosas. No puedo negar que esos mensajes me sacaron sonrisas, porque al menos supe de gente a la que ya no tengo cerca.

Pero estoy un poco rota por toda esta situación. Dentro de poco se me va uno de mis más grandes afectos, un compañero de esos que son de vida, aunque sea poco el lapso que tenemos caminando un sendero parecido. Yo evado, porque, como buena venezolana, no estoy lista para asumir la realidad: yo no estoy preparada para lo que va a implicar separarme de ese ser. No saber de él, no ensayar con él, no tenderle la cama después de que se haya quedado a dormir en casa. Porque él tiene su espacio reservado en mi cuarto.

Mi mejor amigo se va del país. Y cada día escucho más esta frase. Cada día veo más lágrimas contenidas. Cada día soy testigo de ese éxodo inminente, reflejado, incluso, en el tráfico caraqueño.

Ya no hay tanta cola en la mañana, a menos que sea por un choque. Ya no hay tantas horas pico. Antes salía dos horas antes para recorrer la ciudad de un extremo al otro, ahora sólo me tardo una. Ahora siento que somos la mitad de una ciudad. O la mitad de una mitad, de una mitad, de una mitad. Somos un pedacito.

En eso nos hemos ido convirtiendo. En un pedacito de algo que una vez fue. Y no culpo a quienes deciden irse, así como tampoco juzgo a quienes apuestan por seguir pegados al suiche de la luz, hasta que no quede más remedio que apagarla.

Por lo menos una vez a la semana escucho, de personas diferentes, sobre planes de partida. Y luego viene una pregunta que me paraliza sin remedio: “¿Y tú qué vas a hacer?”. No lo sé, honestamente. 

Siempre he tenido problemas con el tema del desapego, y despegarme (y despedirme) de tantas cosas conocidas, me cuesta un montón. A mí los despechos me duran siglos, y nunca he tenido una relación que dure más de tres meses. No puedo explicar lo que implicaría un divorcio de una suerte de matrimonio que ha durado 29 años.

Pensé todo esto mientras estaba sentada en un banco de la universidad que me formó como profesional. Esa misma en la que hace 12 años celebré mi cumple, con una misma persona que me ha acompañado en las buenas y en las malas. Pero me faltó gente, me faltaron voces, chistes, abrazos de verdad y no virtuales. Y cada día los gestos de afecto son más virtuales que reales. Y eso me asusta un montón.

No me asusta tanto como la inminente inseguridad que nos afecta. Como la escasez. Al fin y al cabo, la tecnología nos acerca al mismo tiempo que nos deshumaniza, y esa es su gran contradicción. Y los entiendo. Entiendo a todos y cada uno de los que se han tomado la foto en el piso del maestro Cruz Diez. Y sé que les esperan muchas cosas buenas, pero yo los voy a extrañar.

Siendo actriz, me he dedicado a sentir de más, a hacer amigos muy rápido, porque la naturaleza del trabajo implica una convivencia intensiva que hace que los procesos se aceleren un poco más. Tal vez por eso extraño de más también.

Yo la pasé bien en mi cumpleaños. Pero me faltaron voces, horarios sincronizados, abrazos de pieles que en algún momento fueron mi refugio. Y ahora sé que debo agregar uno más a la lista.

Y nos burlábamos del documental de los sifrinitos del Este del Este. Y cuando nos tocó cerca, demasiado cerca, nos quedamos callados, porque así somos los venezolanos. Jodemos un buen rato y hacemos chistes que incomodan al otro, hasta que vivimos lo que vive el otro.

Todo esto es un gran silencio incómodo de un chiste muy inapropiado.


miércoles, 20 de agosto de 2014

#NotTrendy

MTV, en algún momento de la vida, fue, en efecto, un canal de música. De ahí su nombre (Music Television). Luego todo se derrumbó. Comenzaron a "documentar" la vida de siete extraños, seleccionados para vivir en una casa/casino/churuata/apartamento de misión vivienda o lo que viniera al caso, y ahí el asunto fue en detrimento.

Poco queda de aquel canal innovador que, en su momento de gloria, tuvo la dicha de ser el pionero por su irreverencia y programación, principalmente musical. Digo que queda poco porque lo único que se asemeja al pasado son los fulanos premios anuales que tienen para música y cine, y que dejan mucho que desear de aquellas entregas en donde Britney compartía saliva con Madonna. Ahora... bueno, ahora tenemos a Miley con su trasero poco tonificado y sus colitas... Y su lengua, siempre su lengua.

Luego vinieron otro tipo de realities. Cada vez más absurdos. Y luego vino Jersey y todos los Shore. Próximamente, habrá un Acapulco Shore, porque "Protagonistas de Novela" no fue suficientemente humillante.

El asunto que vengo a tratar hoy tiene que ver con el daño que nos han hecho estos programas. Ya se ha dicho demasiado, y lo sé, estoy absolutamente consciente de ello. Pero es que ahora hay otro tipo de reality: El hashtag. Si los realities servían para lanzar a una persona X a la fama, los hashtags ayudan a alimentar el ego de quien decide poner algo así como "#cool #tagsforlikes #yolo" en una foto de un gato usando lentes de pasta. 

Para cada día de la semana existe un hashtag predeterminado, inventado no me pregunten por quién. Por eso no los utilizo. 

El #lunesdedarleanimosalmundoparairatrabajar
El #martesdetodaviasigueeliniciodesemana 
#miercolesdeganarseguidores
El #tbt (Throw Back Thursday, que me tomó años en descifrar) 
El #FF (Follow Friday) 
Y los fines de semana se destinan al #party #cool #rumbita y afines. 

Yo los uso para promocionar las obras en las que participo, o las que me parecen interesantes, y ahí no lo niego, pero cuando comenzamos a escribir con un signo de numeral antecediendo cada palabra... Ahí ya comenzamos a evaluar la posibilidad de ser enviados a una confortable habitación acolchada y blanca, con un caluroso suéter que nos amarre los brazos.

Porque no es posible que tengas la necesidad de hablar/escribir como si tuvieses hipo. El numeral es como una pausa loca que haces cuando estás escribiendo, y sólo lo haces para obtener más likes.

Yo me emociono cuando tengo más de diez. Y también me histerizo porque no sé cómo quitarle las notificaciones a mi celular, entonces, si tengo diez "me gusta" en menos de media hora, esa fulana pantalla no deja de iluminarse, y eso a mí me estresa. No sé cómo hará el asistente de Madonna (porque evidentemente ella no carga con su celular encima) para soportar tantas vibraciones del aparato al día.

El asunto con el hashtag es que buscamos la fama y el reconocimiento a través de un símbolo que tiene demasiado tiempo existiendo. Y eso lo aprendimos de los programas "realistas" de cadenas de televisión, como MTV. La prioridad de la mayoría de los usuarios de las redes sociales es tener cada vez más seguidores (vamos, que para eso uno se inicia en ese mundo, para poder seguir gente interesante y considerarse lo suficientemente atractivo como para que los demás te sigan).

El Harlem Shake fue así de viral porque las personas que lo versionaron buscaban reconocimiento. Lo mismo sucede, en muchos de los casos, con el Ice Bucket Challenge. Muy bien por la causa, muy bien que haya sido efectiva, pero puedo asegurar que buena parte de las personas que lo han hecho se graban con una posible causa de hipotermia porque les parece divertido. 

Entonces el mundo se va convirtiendo en un lugar más banal, que considera apropiado seguir a los demás por simple moda, sin preguntarse cuál es el origen de aquello que siguen, dicen o escriben. De cada diez personas a quienes les he preguntado, diez ignoran por qué es que les dio por usar mostachos como leit motiv de sus accesorios, o bien, no han investigado por qué es que a la gente le dio por decir "Jebús" en lugar de "Jesús", en ciertas frases. 

Nos hemos convertido en un montón de signos numerales y arrobas. Pareciera que estuviésemos compuestos de Gigabytes en lugar de estar formados por células vivas. Los robots, eventualmente, la tendrán fácil. O aparecerá Neo para darle ctrl+alt+supr al teclado, y que se resetee La Matriz. 

Apoyo a quienes se hacen eco de las redes sociales para aprovecharlas de forma inteligente. De hecho, aquellos que las han sabido utilizar lograron crear un nuevo puesto de trabajo, que paga mucho mejor de lo que esperarían. Pero reniego del comportamiento tipo oveja con perro al lado que la lleva a donde él decida, no donde ella quiera. 

Ya veremos cuál será la próxima moda. Entre el planking y las selfies todo es posible.  Por lo pronto la gente juega a ser Elsa (la de Frozen) porque es demasiado #trendy. Y felicito a aquellos que lo hacen porque investigaron de qué va el asunto. Esperemos, por otro lado, que las unidades de emergencia y neumonología de todos los hospitales del mundo la tengan suave durante esta temporada. 

martes, 12 de agosto de 2014

Volviendo

Tengo tiempo pensando en cómo volver a esto de escribir en mi espacio personal. Tengo rato buscando temas que puedan ser interesantes, algo que decir. 

Hace unas semanas, una de mis abuelas tuvo que ingresar a una clínica porque tenía un aparente problema respiratorio. Cuando llegas a los 90 y tantos, hasta la gripe asusta (al resto, a quien la sufre no tanto, porque ya no estás tan consciente de lo que sucede a tu alrededor). La llevan a la clínica y resulta que su marcapasos se descontrola por una arritmia. 

Le sumas a esto que la señorita, que en otros tiempos hacía la mejor torta del mundo, tiene el corazón demasiado grande. Y eso, al parecer, es un problema. Médicamente, tener el corazón grande inevitablemente hará que dejes de existir. 

La situación se torna tan teatral que se me hace increíble. Mi abuela tiene el corazón demasiado grande, y eso te puede matar. Es un mal de familia, hereditario. Su hermano murió por eso. 

Comienzo a mezclarlo todo, porque yo hago eso cuando ciertas cosas me afectan demasiado. Las mezclo. Mezclo la grandeza de corazón de mi abuela con mis frustraciones y miedos. Y me digo que capaz tengo eso, porque no hay forma ni manera de haber querido tanto a ciertos seres, y haber sufrido de esa forma (así de mártir). 

Me pregunto cuándo es que se detiene el miedo. Porque no soy la única. Porque es una palabra con demasiada recurrencia en los últimos días. Puede que sea un asunto de edad. La llegada al tercer piso, y esas tonterías que se inventan los que venden tarjetas Hallmark para poder vender más productos, o pastillas, o ropa, da igual. Tengo dos años con mucho miedo. Miedo a caminar sola por la calle, por el metro, sentada en algún medio de transporte público. 

Quiero una historia bonita, y eso, al parecer, también me da miedo (los psicólogos y sus certezas). No temí por nada cuando vi el fin de un daño de cinco años de duración. El llanto era el del ego, demasiado herido. Me da miedo quedarme, me da miedo irme. Perder el miedo implica, también, perderme un poco. Temo por esta soberana incertidumbre, y leo y releo el nombre de este blog, de esta taguara de ideas variopintas, y me digo... ¿Cuándo será que comienzas a aplicarlo, Patricia?

Vuelvo a la idea del corazón grande y su carácter hereditario. Por los menos dos personas piensan que lo tengo mínimo, y por más perdón que les pida, sé que no me van a creer. Yo tampoco le creo a quien me jodió un poco la vida. No tuve miedo al volverme a conseguir a esa persona, eso es algo. 

Me doy cuenta de que del único miedo consciente que no padezco es del escénico. Pero sí me aterra perder la escena. Me pongo demasiado intensa, me expongo, hago que los demás teman porque soy "increíble". Corren lejos porque doy miedo. Y respiro una y otra vez pensando que no sé qué tamaño tiene mi corazón. 

Me reencuentro con mi intensa enclosetada. Le pido perdón. Ella sí me cree, y entiende por qué es que no la saco tan seguido (o al menos no se burla por creer que la saco poco, ella sale cuando quiere). 

Me lo repito una y otra vez. Bájale dos, Patricia. Nadie escucha bien cuando el audio satura. 

viernes, 25 de abril de 2014

Diccionario alternativo para supervivencia laboral



Después de cuarenta y dos años de ausencia, he vuelto a mis andanzas. Como es costumbre, he abandonado la escritura por falta de tiempo. Porque a mí me gusta complicarme la vida, y como ser artista sensible no es suficiente, entonces me lleno de mil vainas que hacer, para no aburrirme tanto. Porque el estrés, según mi mente psicópata, es divertido.

Estoy involucrada en muchas obras de teatro, o por lo menos para mí son muchas. Y le agradezco profundamente al escritor de mi vida que me haya puesto en esta situación. No conforme con eso, sigo de profe, además de mi trabajo (el que me da, medianamente, dinero para subsistir). Entonces yo no tengo tiempo de nada. En serio, no lo tengo.

La mayor novedad en este momento es mi trabajo. Yo no sirvo para las oficinas, pero este que tengo ahora me hace muy llevadero el asunto, porque está lleno de gente contemporánea conmigo, y que entiende que yo soy actriz antes que cualquier otra cosa. Raros en su especie.

El asunto con este laburo es que está lleno de gente cool, porque la gente cool siempre estará de moda.

Yo siempre he dicho que yo no soy cool, nunca lo seré y no me llevo con la gente cool. Pero estos especímenes me caen muy bien. Y nada tiene que ver con el hecho de que me den dinero para mantenerme, o intentarlo.

De un tiempo para acá, lo cool es ser raro. Por lo tanto, yo decidí ser normal. Y tan de moda estoy en la vida, que llego treinta años tarde a reflexionar sobre el tema. Yo siempre he escuchado el mismo tipo de música, me gusta el merengue y poco conozco de los grupos indie, hipster, o cualquiera de las etiquetas que se le quiera dar a la gente que canta como un pajarito recién nacido. Los disfruto cuando los oigo, pero no soy una maestra en el tema. Yo escucho a Sabina, que parece un zamuro a medio morir.

El asunto que a mí me perturba con este tipo de gente, es su propia versión del idioma. Palabras como “chill”, “bro”, “perro”, “fluir/fluye”, “vacilar”, “tripear”, “canalla”, “dark”, “brutal”, “debilitante”, “full”, etc., tienen un significado absolutamente nuevo para mí.

No sé en qué momento de la vida comencé a perderme en los predios del idioma, pero hasta donde yo tenía entendido, yo era bastante culta con respecto al tema. Pues ahora resulta que no.

Expongo mi caso con un ejemplo de una conversación hipotética de este tipo de gente:



— ¿Qué pasó, bro?
— Todo chill, bro. ¿Qué tal ese fin?
— Coño, perrito, chilleando con la jeva en Quinta Bar. Marico, me conseguí a (inserte nombre de gente conocida en sociedad, que evidentemente yo no tengo ni la más budista idea de quién es), y andaba con (inserte nuevamente nombre de gente de sociedad). Me debilitó burda verlo con esa jevita.
— ¿Y esa vaina, bro? ¿Por qué no te fluye?
— Coño, marico. Esa relación no tiene sentido. No me la vacilo. Demasiado canalla esa jeva. Me parece full chimbo. No me la tripeo, pues (se quiebra la mandíbula, por supuesto).
— Escaló dark, el pana. ¿Tienes panga?
— Claro, bro. Vamos.
— Brutal, perrix.

Traduzco lo que acaba de suceder:

— ¡Hola! ¿Cómo estás?
— Todo bien. ¿Qué tal estuvo tu fin de semana?
— Pues bien. Salí a relajarme con mi novia en la Quinta Bar. Marico (esto se admite en cualquier etiqueta o subcultura venezolana), me conseguí a (sigo sin conocer a la gente de sociedad, así que ponga usted el nombre) y andaba con (IDEM). No me gusto verlo con ella.
— ¿Y eso? ¿Por qué no te gusta?
— Coño, marico. Esa relación no tiene sentido. No me parece buena idea. Esa chama es muy fea/chimba (sigo sin saber qué significa “canalla”). Me parece chimbo (pasa lo mismo con "marico" y con "chimbo" en Venezuela, esas palabras son socialistas). No me gusta la idea.
— Ese pana la está cagando / se puso fea la cosa (No sé que significa escalar dark). ¿Tienes cigarros?
— Claro. Vamos.
— Chévere.

Entonces yo me pierdo la mitad de las conversaciones que se dan en esta oficina. Destaco también mi preocupación por la salud de estos amigos, porque todos parecieran estar en constante congestión nasal, por su tono y forma de hablar.

En el fondo me los tripeo (comienzo a camuflarme con ellos y entro en pánico). Pero no entiendo la deformación del idioma. Y temo convertirme en algo así.  Ayer me compré unos lentes vintage, y ahora me gusta ese tipo de ropa.


Cuando comiencen a gustarme los gatos, llamen por fa a los pacos, perritos.

miércoles, 12 de junio de 2013

Perfil 20

Yo, de verdad, no tengo tiempo de nada. Las semanas de estreno tienen síndrome pre-menstrual, y por consiguiente, atentan contra tu vida y tu estabilidad mental. No he tenido tiempo ni de respirar, pero igualmente, aquí estoy, evadiendo los clicks de mi computadora de trabajo para desahogarme un poco y liberar toda esta insanidad.

La semana ha sido una completa locura. No ha habido un día libre para hacer algo, y no lo habrá en un buen rato. Estrené hace dos fines de semana (valga la cuña), una obra que me encanta: Alicia a Través del Espejo. Una maravilla. Como es lógico, el número de encuentros para pulir detalles se hizo más frecuente durante los últimos días, y eso, para el resto de la humanidad, es un peo.

Entonces todo converge y hace kaput. Y tienes 32 entregas en un mismo día, y además tienes que estar en 83 partes al mismo tiempo. Y vives en Caracas. Y empieza a llover. ¿Me explico? Las semanas anteriores el ritmo de trabajo estaba bastante llevadero, hacía un calor de puta madre, pero el tráfico no era más neurótico ni caótico de lo normal. Pero en semana de estreno Molière decide jugar con tu destino y burlarse de ti, y hacerte entender, siempre, que el teatro es un eterno presente. Todo lo que nunca te ha salido mal en un ensayo, te va a salir mal en ensayo general o en plena función. 

Y también, este año decido ocuparme, finalmente, de mí misma. Entonces voy al médico, me hago controles varios y me saco la sangre para chequear que todo esté bien. Y entonces todo comienza a derrumbarse cuando te sucede lo siguiente: 

La ciudadana en cuestión entra al laboratorio de reconocida clínica caraqueña a someterse al puyaso vampirezco que le permitirá saber cómo está su cuerpo. Se sienta. 

- ¿Cómo es tu nombre? 
- Patricia Ramírez 

El amigo bioanalista comienza a buscar el nombre de la paciente en una computadora, sin éxito. 

- Patricia Camacho, ¿no?
- Patricia Ramírez. 

El amigo sigue buscando, mientras la susodicha observa que, claramente, su nombre todavía no está registrado en sistema.

- Aquí está. Patricia...
- Sigue diciendo Patricia Camacho. 
- Bueno, ¿y esa no eres tú?
- No, cuchi. No. Me apellido Ramírez, te lo juro por Madonna. Vengo referida por el doctor tal.
- Bueno, pero eso no me lo dijiste. 

La susodicha respira profundo y espera a que su nombre y apellido aparezcan en el sistema. 

- ¿Y por qué estás aquí? 
- Bueno, porque estoy referida por tal doctor, y me estoy cuidando... Pero eso no es tu peo, amigo. 
- ¿Cuidarte? Pero si tú eres tan bonita. A mí me gustan las gordas bonitas, así como tú. 

Cuchi, mi rey. Detente ya. No me gusta que me digan gorda, yo sé que lo soy, pero no me gusta. Detente.

- ¿Sabes? Tú no necesitas cuidarte. Tú eres muy bella. Pero a mí las gorditas lindas como tú no me paran, porque dicen que soy demasiado falso. Por cierto, soy asistente personal de Roque Valero y Hany Kauam. 

Buena forma de venderte, amigo. 

- Mmmm... qué bueno. ¿Cuándo estarán listos los resultados? 
- Pero espérate. Fíjate que a mí me caen unos culos súper ricos, pero yo no les paro, porque a mí me gustan como tú. Mira esta tipa. (El amigo procede a mostrar foto de una Diosa Canales wannabe. La susodicha intenta usar su poker face). 
- Mmmmm... Imagínate. Los resultados, ¿tardarán mucho? 
- No, esta misma tarde los tendrás listos. 
- Perfecto. Buenas tardes. 
- ¿Tienes Pin o Twitter? 
- No, amigo. Yo no soy tecnológica. (Saca su Iphone para dejar en claro el rebote). 

Amigo querido. Mentira, no eres querido porque me caíste bien mal. Te me guardas el chanceo para cuando no tengas una aguja cerca, y para alguien a quien, en verdad, le interesen esos artistas y tu capacidad de levantar jevas llenas de silicón. No, Dios no le da cacho a burro. A mí me gusta Fito Páez y gente que hace música fina. Y no me gustan los pantalleros. Y te me soy natural de pies a cabeza. Guárdate las frases de conquista de arepera para el respectivo local, y no para un laboratorio lleno de pacientes. Chévere que te gusten como yo, porque hay para todos los gustos. Pero, gordito, ¿de verdad crees que decirme que te levantas culos que están más buenos que yo es una estrategia coherente? ¿De verdad crees que agarras a alguien diciendo que eres asistente personal de un artista o dos? Ay, mi cuchi, es que... te explico... Yo soy actriz (en construcción, pero actriz al fin) y aunque no me conozcas, yo sé cómo se bate el cobre en el medio. No me interesa que te la des del rey del arroz con pollo contigo, porque, te cuento... Eso conmigo no va. 

Lee un ratico. Escucha música buena. Haz comentarios coherentes y guarda la pantalla led que tienes por personalidad. Y después hablamos. Además, eso de caerle a alguien en tu lugar de trabajo, es bien raro, ¿no te parece? Eres un galán de arepera otoñal súper camisa blanca (básico, pues). Y yo estoy ocupada. Y no tenía maquillaje puesto ese día, así que dudo que me viese despampanante. Y no, caerle por Twitter a alguien no es mi estilo. Chaito, mi rey. Soy una mujer bien ocupada y tengo cosas que hacer.

jueves, 2 de mayo de 2013

Viajando en Macondo

Odiseo es una jeva. Lo siento por Homero, por toda la base de la cultura occidental, por todas las clases que puedo haber recibido (y dado) sobre el viaje del héroe. Ese carajo es una jeva, una mamita quejona. 

He aquí la exposición de motivos de tan hereje aseveración. 

Resulta que una persona como yo, de clase social media, no tiene tantas bodas a las cuales asistir. Yo soy una arrocera virtual, porque me disfruto todas las bodas de la clase alta Caraqueña sin necesidad de estar invitada. Porque las edito. Lero, lero. 

Pero en estas ocasiones extrañas en las que algún conocido (en este caso una prima) deciden lanzarse al agua, una te me tiene que aprovechar e irse al jolgorio, donde quiera que éste sea. No por el jolgorio en sí (aunque eso tiene su peso, porque es necesario echar un pie matrimonial de vez en cuando), sino por lo especial de la ocasión. 

Pues bien, el anuncio se hizo con el tiempo suficiente, los pasajes se compraron con la prudente antelación. Todo estaba saliendo cual lo acordado. Y entonces todo se vino abajo, porque volamos en Conviasa. 

El segundo "resulta" de todo este cuento tiene relación con el origen de mi familia materna. Resulta que mi madre es de Valera. Y ahí es donde se hizo la bailanta. Pero para ir para allá, uno tiene que venderle su alma a Hades, las de los demás familiares, las de los no concebidos y las de los parejos de los no concebidos. Porque sólo tienes la oportunidad de ir en tres días específicos. 

Entonces, nos levantamos temprano. Nos levantamos demasiado temprano, y bajamos al aeropuerto con la esperanza de no vivir un restraso demasiado fuerte. 

- Buenos días, cédula de lo pasajero (si, sin "s"). 

Esta hija menor entrega las cédulas respectivas, y procede a esperar los boarding pass. 

- Disculpe, señorita, ¿A qué hora está estipulado el despegue? 

- A las 11. 

Mi madre comienza a armar la guarimba y saca la bandera, coloca las cornetas en el mostrador y se dispone a vociferar "Cada vez son miles, y miles y miles...". 

- Madre, quédate quieta. 

Una vez todos registrados, procedemos a pasar al área de sala de espera... A echarnos los cuentos, porque no queda de otra. Eventualmente, miramos la pantalla del registro y estado de los vuelos. El nuestro se retrasa una hora más. Sucede lo inevitable: saco mi doña interna a relucir, nunca antes vista, según los testigos. 

- Yo te digo, de verdad, que se perdió el respeto. Esto en mi época no era así, chica. Porque una te me viajaba con clase, con glamour, con calma. Porque mí papá trabajaba en Aeropostal y yo te me viajaba en la cabina, con el piloto.

La familia estalla en risas y comprendo que de ahora en adelante es mi deber improvisar un Stand Up para hacerles la espera más llevadera. 

La pantalla nos había mentido. El vuelo no se retrasó una hora, sólo media. Nos montamos en la camionetica con alas que era ese avión. Sólo faltaba una aeromoza diciendo "Buenas tardes, señores pasajeros, yo vengo a pedirles una colaboración..."

Muy bien, el avión no llevaba niños llorones y todos íbamos sentados con personas del mismo núcleo familiar, así que no tocó doña conversadora, ni don con ronquidos e invasión de espacio personal. 

Una hora después: 

"Buenas tardes señores pasajeros, les informamos que tendremos que maniobrar por 20 (se lee veinte) minutos más, mientras esperamos a que otro avión logre aterrizar. Las condiciones climáticas están complicadas, y de no poder hacerlo, tendremos que devolvernos a Maiquetía". 

¿A MAIQUETÍA? Se escucha entre improperios varios. Pasan los veinte minutos. Nos devuelven. La madre del piloto, del que le puso el nombre de Conviasa a Conviasa, de la aeromoza, de toda la compañía, comienzan a salir a bailar a medida que las van mentando. 

Luego del silencio incómodo, del asombro, de buscar cámaras escondidas, aterrizamos. El piloto nos da la bienvenida y nos desea feliz tarde. Yo pierdo los papeles y me bajo de aquel aparato que vuela como si el cielo tuviese policías acostados, con una furia indescriptible, porque me acaban de dar la vuelta en U más grande de toda mi vida. Una vuelta en U aérea. 

Nadie aparece, todos parecen ver a kilómetros de distancia a mi mariposa en el cuello, reluciendo sus colores por mi nivel de histeria. La gente comienza a vocalizar para comenzar a cantar alguna canción de marcha. Nadie se queda quieto, todos se quejan. La frase del momento es "por eso estamos como estamos.". 

Llegamos a las correas para recoger las maletas (sí, nos mandaron a hacerlo) y nadie aparece. Mi madre y yo procedemos a buscar a alguien, así sea un cono de seguridad (tienen los mismos colores de la compañía) para que nos explique cómo demonios haremos ahora. La respuesta es obvia: 

- El vuelo sale mañana [día de la boda] a las 8. 

- ¿Cómo el de hoy, gordito? ¿Cómo hacemos si yo me caso mañana?

Y de repente me convertí en la wife-to-be de todo el asunto, y estaba por dejar plantado a mi novio. Mis familiares no volverán a preocuparse porque soy artista. Se dieron cuenta de que un artista en la familia es útil, porque les resuelve, con sus inventos, situaciones de crisis. 

Sí, por las siguientes 10 horas (leen bien), yo me convertí en la novia desesperada que iba a dejar a su novio plantado en el altar. Mi novio valerano, que, según un señor, debía llamar para explicarle la situación y que no me fuese a dejar por otra. 

El drama logró sus objetivos, a medias, pero los logró. Estuvimos demasiadas horas en el aeropuerto, comimos sentados en el piso (algunos) y otros (como mi madre) nos antojamos de comernos un heladito. 

Entonces, para matar nuestras ganas, nos dirigimos a la heladería del recinto, y, cuál es nuestra sorpresa al ver al encargado haciéndose un facial frente a la máquina cafetera. A saber, se extraía de su nariz unos higieniquísimos puntos negros. Entonces corrimos. 

Nos montamos en un avión hacia Maracaibo, pero a las 12:30 A.M.(Estaba pautado para las 10:40 P.M.). Llegamos a la tierra del sol amado a las 2:00 de la madrugada, arrastrando nuestros cuerpos hacia un hotel en donde descansan los restos de Al Capone. Demasiado dinero y putas por todos lados. Bello el hotel, sospechosamente bello. 

Y entonces se fue la luz. 

Y luego volvió, nos dieron la llave de la habitación y subimos a, finalmente, descansar. Error. La habitación que nos tocó estaba desordenada y sucia. Llamamos para pedir cambio. Los encargados, muy apenados, nos dieron una nueva, pero en ésta las llaves no servían, así que no pudimos entrar. 

Entonces llamamos al botones, para que nos resolviera la situación. Y vino con una llave tradicional (las que nos habían dado eran de tarjeta) a abrirnos. 

- Señor, y ¿no nos darán una para nosotros? 

- Ay, señorita, ¿para qué? Si ustedes lo que van a hacer es dormir. 

Vete, tienes razón. Quiero dormir. Son las tres de la mañana. 

Logramos irnos, un señor nos buscó en el hotel y nos fuimos por tierra a Valera. La esperanza del descanso se vio truncada por la capacidad de discurso del conductor. Nunca, nunca se quedó callado. 

Y llegamos muertos a arreglarnos y salir a la boda. Y lo logramos. Y vi a mi prima y lloré desconsoladamente, y ella también. Y volví a llorar en la hora loca. Porque yo la quiero, y todo esto lo hice por ella. 

Así que, Odiseo, eres una jevita. Porque si tu hubieses viajado en Conviasa, nunca hubieses llegado a Ítaca.

viernes, 19 de abril de 2013

Taca Taca Pum Pum

Yo no sabía en lo que estaba pensando en aquel momento. Estaba enfocada en cambiarme de carrera, así que el paro fulano (que tanto nos hizo sufrir luego) me cayó de perlas, porque me habían mandado a leer un montón de libros (La Iliada, la Odisea y la Eneida) para el más famoso control de lectura de Literatura I (o Literatura Clásica I) de la escuela de letras de la UCAB. Así era de egoísta. Me leí todo en ese tiempo, y saqué muy buena nota en el examen. Luego de un año me cambié a la carrera que quería: Comunicación Social, y me arrepentí, porque me di cuenta de que era (soy) demasiado intensa. Hoy agradezco que sea esa mi carrera/hobby (comentario de actriz que asume con dignidad su vaina). 

Recuerdo ese abril turbulento. Recuerdo la desesperación desde mi cuarto, el impacto al ver la rebelión de los medios (todos, menos el del Estado) y su pantalla dividida. Recuerdo las marchas (a las que nunca asistí, más allá de caminar por las calles cercanas a mi casa, porque no creo en eso) multitudinarias. Siempre me parecieron inútiles (pero respeto a quien lo hace porque cada quien tiene el derecho de manifestar como lo desee, así lo dice la bicha). Pero una de las cosas que más recuerdo, a pesar de los días de terror, de los muertos, del desespero, de la impotencia... lo que más recuerdo es un día de marchas en particular. Tocó que los dos bandos marcharan el mismo día, muy cerca el uno del otro. Y entonces decidieron jugar fútbol. Y lo recuerdo en cámara lenta porque así lo pasaban en los medios, los panas de ambos bandos, jugando fútbol sin necesidad de caerse a golpes. 

Hoy, después de diez años (dolor en el corazón al reconocer eso, por la edad que tenía en el momento y la que tengo), me doy cuenta de lo mucho que ha pasado, de que ha pasado rápido, y de que Venezuela se la va a pasar enyesada por un buen tiempo, antes de curar esta fractura. No sé en qué momento nos convertimos en enemigos, no sé en qué momento esto se convirtió en conspiraciones de lado y lado, en jugar al carnaval incendiario disfrazándonos del otro, no sé en que momento nos convertimos en unos y otros. Cuando siempre hemos sido unos, o por lo menos esa es la forma en que yo siempre he querido vernos. 

Abril tiene un problema/fetiche bien grande/arrecho con Venezuela. Porque cosas importantes han pasado en abril, que lo diga Emparan. 

Las formas de protesta y celebración han hecho del lugar donde vivo un Taca Taca Pum Pum casi insoportable. Y no entiendo, no entiendo nada. Entiendo muchas cosas, mejor dicho, pero no entiendo cómo es que existe tanto odio y tanto insulto de lado y lado. Siempre he sido opositora (un artista critica por naturaleza, uno verdadero), siempre he ejercido mi derecho al voto, pero estoy harta de las burlas de ambos bandos: los memes ya se hicieron aburridos. Sin duda, en este país no nos aburrimos, pero yo digo que lo que menos necesitamos es tanto circo, porque somos los animales que el maestro de ceremonia entrena a punta de latigazos. 

Y me duele horriblemente. Y estoy rarísima porque no entiendo cómo es que tanta cosa mala se albergó entre tanta gente chévere. Y ayer brindé, no por la resolución del CNE, ni por la convocatoria al salserolazo fulano (de por sí, me parece que ponerse en plan bochinche es muy poco serio para la situación), brindé, con todos mis poros por una sola Venezuela. Una. Sin la palabra enemigo en el subtexto. Sin maletas listas para partir. Sin miedos, ni envidias, ni odios. Una como la de ese señor, que sin conocer el país, escribió la canción más bonita que se ha hecho sobre este lugar. 

Una sola. Donde todos nos acompañemos.